RÍO DE JANEIRO, 26 Jul. 13 / 05:38 pm (ACI).-
Queridísimos jóvenes:
Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de
dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos
fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud.
Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso
confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: “Llévenla por el
mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos
que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención”
(Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril
de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105).
Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha
atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando
como impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han
visto y la han llevado.
Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y
sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida.
Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus
corazones tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos
jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso
país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente,
¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?
1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol
Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio
que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó:
“Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser
crucificado de nuevo”.
En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con
valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo
en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado
hasta morir en la Cruz.
Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para cargar con
nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los
más profundos.
Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia,
que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con
ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que
lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los 242
jóvenes víctimas en el incendio de la ciudad de Santa María en el
incendio de este año recemos por ellos.
O que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga;
con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un
mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a
quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por
el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han
perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el
egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e
incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los
ministros del Evangelio.
En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también
el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su
espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la
llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza,
a darte vida (cf. Jn 3,16).
2. Y así podemos responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz
en los que la han visto, en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada
uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza
del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra
en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da
fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y
salvarnos.
En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia.
Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer.
Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei, 16). porque Él nunca defrauda a nadie.
Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención.
Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra,
porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser
instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de
victoria y de vida.
El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra de Santa Cruz”. La
Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco
siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del
pueblo brasileño, y en muchos otros. A Cristo que sufre lo sentimos
cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No
hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con
nosotros.
3. Pero la Cruz nos invita también a dejarnos contagiar por este amor,
nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre
todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una
palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para ir a su encuentro y
tenderles la mano.
Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario: Pilato,
el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los
demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para
salvar la vida de Jesús y se lava las manos.
Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que
ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras
mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con
amor, con ternura. Y tú, ¿como quién eres? ¿Como Pilato, como el
Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora y te dice ¿Me quieres
ayudar a llevar la cruz?.
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos,
nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto
que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo
amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo
amor. Que así sea.