miércoles, 22 de febrero de 2012

Miércoles de Ceniza en Campana y Mensaje Cuaresmal de Mons. Oscar Sarlinga

El miércoles de Ceniza, como de costumbre, se congrega grandes cantidades de fieles en Campana. El obispo Mons. Sarlinga celebra en la iglesia catedral de Santa Florentina, en Campana, acompañado de Mons. Edgardo Galuppo, Mons. Marcelo Monteagudo, el Pbro. Hugo Lovatto, el Pbro. Nestor Villa, el Pbro. Lucas Martínez y el Pbro. Pablo Iriarte. Para la ocasión, Mons. Sarlinga transmitió su Mensaje cuaresmal

Papa Benedicto recibe la ceniza
 Imposición de ceniza
 El cardo espino junto a la Cruz de Jesús


MENSAJE CUARESMAL EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA

Mons. Oscar D. Sarlinga, Obispo de Zárate-Campana
22 de febrero de 2012

En las iconografías antiguas o medievales se solía representar la Cruz de Cristo con un cardo espino o un acanto a sus pies (como en la Basílica de San Clemente, en Roma). El cardo es un símbolo del Génesis, significa sufrimiento y se lo representaba como un signo de la Pasión del Señor. Su flor, espléndida, es a la vez signo de sufrimiento y de salud, de reflorecimiento; signo heráldico, también, que denota el avenirse a asumir la Pasión y la corona de espinas. Es así la vida cristiana, unión a la Pasión de Cristo y a su Resurrección gloriosa, a su triunfo definitivo. Animada por el Espíritu Santo, la Iglesia nos ofrece la Cuaresma como oportunidad de un cambio profundo en nuestras vidas, como tiempo de conversión, si así no lo viéramos estaríamos considerando sólo un tiempo especial del calendario litúrgico. Más aún, contemplando el Misterio de la cruz, la Iglesia nos invita de verdad a «hacernos semejantes a Jesús en su muerte» (Cf Flp 3, 10) para compartir su Vida eterna. 
Comenzamos con el rito penitencial de las cenizas, que nos hace pensar en lo caduco de nuestra vida. Nuestra mente, nuestro corazón, tan irrumpido como suele estar por invasiva profusión de imágenes, sonidos (o ruidos), voces, por una proyectividad puramente humana, y diríamos por tanta profanidad, provenientes del mundo circunstante, necesita de un “detenerse”, de un “silencio santo” que nos permita “ponernos en coloquio, en sintonía” con nuestro propio interior, un poco a modo de como se decía de San Benito: Secum vivebat. Y esto para ponernos más en coloquio con Dios. Las cenizas, rito simbólico, nos invitan a reconsiderar la caducidad de todo lo material, a dar tiempo para Dios y escucharlo, para volver a reconocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con Él, esa comunión  que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22).
Vivimos en una sociedad a la que no sólo le cuesta “escuchar” sino también  “escucharse”, y en la cual puede no haber casi lugar para la dimensión espiritual y moral de la existencia humana. Por esto es importante que veamos en la Cuaresma un «tiempo propicio» (2 Cor. 6, 2), iniciado con el símbolo de “tristeza” de las cenizas, pero que ascensionalmente prosigue –mediante la vía estrecha de la penitencia- hasta la celebración de la Pascua. Es tiempo (“kairós”) de una ascesis, que nos haga profundizar en la fe, en la esperanza que no defrauda, en la caridad realmente vivida, que se trasunta en “dar la vida”, perdonar, en compartir, en dejar de lado las estructuras del “hombre viejo” del pecado, con sus destructivos internismos, sus rencores, odios, males infligidos a los hermanos, para “ascender” penitencialmente a un modo “nuevo” de vivir, en la medida en que el Señor nos hace “creaturas nuevas”. Él puede hacerlo, quiere hacerlo en nosotros; la ascesis penitencial nos ayudará a redescubrirlo. Una primera pregunta que tendríamos que formularnos es si estamos dispuestos de verdad a una “reforma” de nuestra vida. 

I. PENITENCIA Y DISPOSICIÓN DE LOS TALENTOS COMO TESTIMONIO EVANGELIZADOR DESDE EL ESPÍRITU SANTO

No se nos escapa que somos cristianos en medio de un mundo de muchas desedificantes confusiones y contradicciones (no menores tantas veces entre nosotros mismos), por ello la Iglesia nos invita con el Apóstol Pablo  a buscar –una vez más, en esta Cuaresma- lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), a poner a este servicio nuestros “talentos” con generosidad para el bien de la Iglesia (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18).
Quizá sería bueno también reubicar espiritualmente el sentido de la “mutua edificación”  en el contexto de su papel en la evangelización (porque la división, que es anti-testimonial, no hace sino alejar más a los alejados, impedir que los no cristianos se acerquen).
También en esto deberíamos reflexionar en Cuaresma en cómo poner nuestros “talentos” al servicio de la nueva evangelización (y en ver que no seamos causa de tropiezo para que otros también pongan de modo acorde sus propios talentos, porque podríamos tender a ver solamente los nuestros, o a sobrevalorarlos, o infravalorarlos). Se necesita el equilibro, el concierto y no el desacierto. La puesta al servicio de los talentos se dará concertadamente si dejamos lugar al Espíritu (eso es la “reforma interior”) al modo como cuando se abrieron las  puertas del Cenáculo y los apóstoles se dirigieron  a los habitantes y a los peregrinos venidos a Jerusalén con ocasión de la fiesta, para dar testimonio de Cristo por el poder del Espíritu Santo, y lo hicieron manifestando la “paz” y la “edificación” producidas por ese mismo Espíritu, dando así convirtiente “testimonio”, como les había anunciado Jesús: «El dará testimonio de mí. Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio» (Jn 15, 26 s).
Se trata pues de ver la dimensión no sólo personal sino eclesial de la paz y la edificación, puestas de relieve por el Concilio Vaticano II cuando concibe a la Iglesia como santificada indefinidamente, edificada en el Espíritu para que los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo (cf. Ef 2, 18). Iglesia en la cual la fuente de agua viva salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39); Iglesia por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11)»[1]. Con esta visión, ingresamos en Cristo, a la plena revelación de Dios como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10); abrazamos así la Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» que manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), amor en su forma más raigal[2]. Ingresamos en una dinámica de reforma y de morir al pecado.
Para entrar en esta dinámica, no caben medias tintas; hemos de morir al pecado y a sus consecuencias. Morir para vivir. La cuaresma nos invita a ello, a esta reforma, como fractura y como surgiente de vida. Su sentido, en última instancia “quiere decir reforma, quiere decir expiación; reforma y expiación que suponen turbadas nuestras relaciones con Dios; suponen un desorden fatal entre nosotros y Dios; suponen esa fractura del anillo de conjunción de nuestra vida y su destino a la surgiente de la verdadera Vida, que es Dios (…) Esa fractura se llama pecado”[3]. En una reforma interior por la Gracia, el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11).
Así, la Cuaresma será una renovada ocasión para preguntarnos, ante la afirmación del Señor: “Yo soy la resurrección y la vida”...  si realmente creemos esto (Cf Jn 11, 25-26), si lo creemos de verdad, porque hay enemigos al acecho. En primer lugar, el egoísmo, que nos desvía de la disposición a creer, y por consiguiente a compartir talentos “edificantes” y eclesiales (cf. Mt 25,25ss). Pero, lejos de estar condenados a la mediocridad en lo espiritual, podemos superar el egoísmo con la Gracia, podemos siempre aspirar a un «alto grado de la vida cristiana»[4]. Si no lo creyéramos, tampoco creeríamos, en el fondo, que la  misericordia de Dios borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5).
Para nosotros, clero, religiosos, religiosas, laicado, comunidad católica, en fin, es el momento de volver a poner con sinceridad nuestra esperanza en Jesús, junto con Marta, por ejemplo (cuyo testimonio de “profesión de fe” no me parece que haya sido tan meditado como lo merece, o por lo menos no conozco que lo sea): «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»; es la “profesión de fe” de Marta: creer, para una reforma espiritual de nuestras vidas, aunque la “escena” de nuestra vida pueda ser dramática y nos llevara a pensar lo contrario.
¿En todo eso, para qué es necesaria la penitencia? (porque no podemos ocultar que a algunos les es antipática hasta la palabra, que no tiene “buena prensa” en el mundo de hoy). Sencillamente porque la necesitamos, porque la penitencia ingresa en la dinámica de la colaboración de nuestra libertad a la Gracia, como exhortaba el Bautista: «Hagan penitencia, y se acercará a ustedes el reino de los cielos» (Mt. 3, 2). Lo dijo el mismo Cristo (Cf. Mt. 4, 17); lo refiere el evangelista San Marcos: «El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, hagan penitencia y crean en el Evangelio» (Mc. 1, 15). La penitencia es necesaria para que profundicemos el discernimiento entre el bien y el mal (cf. Hb 4, 12), para fortalecer en nosotros la voluntad de seguir al Señor Jesús, el Salvador, como resulta de la teología que el Apóstol Pablo ilustró y propugnó, en términos clarísimos en la carta a los Romanos y en la carta a los Gálatas: Cristo es necesario, Cristo es suficiente.
En la penitencia, por último, hay también una razón de solidaridad, en la economía (“oikonomía”) de la salvación: el expiar por otros. Es más, es una de las formas superiores de la solidaridad. Esta forma de solidaridad dará un nuevo y más profundo sentido a nuestra solidaridad en el compartir (¡que cuesta enormemente en las comunidades nuestras!) en el saber interesarse por los otros (por ejemplo, en la catequesis, Caritas, en la promoción de las vocaciones todas, en las vocaciones sacerdotales y religiosas, en el apoyo al Seminario diocesano, en la extensión de las obras para la evangelización…). ¿O creíamos que “solidaridad” era un mero sentimiento pasajero?. Sé que lo vamos profundizando como comunidad diocesana.

II. VIDA DESPLEGADA EN LAS VIRTUDES TEOLOGALES

En verdad, aunque en modo ínfimo, pero análogo al de Jesús, que no por Sí sino por nosotros sufrió la muerte en Cruz, también nosotros, unidos a Él, podemos expiar por los demás (como “in solidum”), y hacerlo en el espíritu en que lo reclama  San Pablo cuando escribe a los colosenses: «Yo cumplo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo» (Col. 1, 24).
Podríamos pensar que eso no es justo, que cada uno haga penitencia por sí mismo, que cada uno se ocupe de su propio bien y de su propia espiritualidad (concepto del cual emerge cierta deriva al intimismo). Sin embargo, la Justicia, con mayúscula, es plenitud de su clásica definición, “dar a cada uno lo que le corresponde” (“dare cuique suum”), porque lo que tengo que dar a mi hermano no es sólo lo que se puede garantizar por ley, sino, conforme a una ley divina (por eso me referí a “Justicia” con mayúscula), el darle algo más íntimo y gratuito; es comunicarle, en nuestra medida, ese Amor “(…) que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle”[5]. Amor que conlleva a compartir, a la promoción humana integral, a la construcción de la civilización del amor, pero que siempre necesita a Dios, como observaba san Agustín[6].
Acecha el desánimo, muy a menudo. El orgullo, curiosamente, puede llevarnos, más que a “levantarnos”, a caducar. El remedio lo dan las virtudes teologales. Lo correcto es levantarnos en el Señor, a estímulo para vivir en el Amor. Nuestra existencia debe conquistar títulos no vanos y caducos, sino títulos que aseguren vida eterna, dejando, de una vez por todas, el regusto de poner y reponer el corazón en la “búsqueda pecaminosa”, como si ésta fuese un bien (¡ni que hablar si la consideráramos para nosotros un bien de entre los “supremos”!). Creo que en el fondo hay cierto nihilismo en la búsqueda y rebúsqueda de los pseudo-consuelos de una vida pecaminosa consentida, quebrantemos esa espiral de daño con la fe, la esperanza y la caridad.
Es preciso tomar conciencia. Para sanar esto nos hace falta una sana experiencia de humillación, o, para decirlo con palabras de un Papa del siglo XX: “(…) una meditación muy severa y realista sobre el nihilismo de la vida temporal (…) una sacudida psicológica y moral de gran eficacia; que no nos disguste de hacer de ella la sincera, humillante, pero benéfica experiencia”[7] .
Estar atentos: el Santo Padre Benedicto XVI nos invita en su Carta de Cuaresma a meditar en la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24) y a procurar que demos fruto en acoger a Cristo en una vida que se despliega según las tres virtudes teologales, a saber: acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24)[8].  En la moral de las bienaventuranzas, esta es una espléndida invitación que nos hace el Papa, como en toda su fina y teológica enseñanza, con un sentido pastoral.

III. RESPONSABILIDAD PARA CON EL HERMANO Y CORRESPONSABILIDAD

En su Carta de Cuaresma el Papa Benedicto XVI toca un tema fundamental, diría profético para nuestros tiempos y nuestras personas, afectadas de individualismo (incluso en lo espiritual) y por ende más bien inclinados a la “a-responsabilidad”. Quiero expresar, no sólo a la irresponsabilidad, a la “a-responsabilidad”, esto es, al embotamiento –a veces casi total- del sentido de ser responsable “del otro” y “corresponsable con él”. El Papa, con finísima intuición, nos propone fijarnos en la responsabilidad que tenemos para con los hermanos, en la atención “al otro”, que conlleva desear el bien para él o para ella, en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. Porque de lo contrario no estaremos “edificando”, o a lo sumo, edificaremos sobre arena. Cuaresma es también propicia, entonces, para repreguntarnos: ¿Estamos atentos al bien del hermano, de la hermana?. Muchas veces sí (hay muchas personas entregadas y sacrificadas). Tantas veces no, como si cada uno tuviera que cuidarse por sí mismo, como si fuera ineluctable que el mal se da, y que a nosotros no tuviera que interesarnos  tanto cuando ocurre a los demás… Por supuesto que cada uno hace uso de su libertad, pero existe una corresponsabilidad en cuidarnos para vivir en el bien, por eso dice el Papa, “(…) es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68)”.
Estar atentos, «fijarse» en el hermano, abarca la solicitud por su bien espiritual (y por todos los bienes que lo espiritual conlleva, también los materiales). Y notamos aquí otra acertadísima llamada de atención de Benedicto XVI: recordar un aspecto de la vida cristiana tantas veces caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna, que tiene como base ocuparse los unos de los otros (“estar atentos”, como María) con el don de la reciprocidad[9].
La irreciprocidad acarrea muchos males. Me parece ver aquí que, por la falta de la corrección fraterna, creo, abundan formas de ser signadas por generar corazones lastimados por el odio y la envidia: el hablar mal (incluso con fijación psicológica), el difamar o injuriar (no pocas veces con el infame anonimato de medios públicos anónimos) el sugerir cosas malas de los otros en privado, en grupo o en los medios de comunicación, el poner en desprecio lo que los otros piensan u obran, el favorecer sólo los “intereses de clan”, relegando a los que no son de los círculos determinados por quienes se creen con el poder de determinarlos. Pero, como toda consecuencia de pecado, esto no queda ni pacífico ni impune. Antes bien, puede crearse por esa causa una espiral de sospecha, rencor y deseos reivindicacionistas.
Por eso, un fruto espiritual muy grande, una gracia que podemos pedir, es tomar conciencia de lo siguiente: ¡Cuántos bienes, cuánta purificación, vendrían de una repristinación de la corrección fraterna, humilde, auténtica, con amorosa “parrhesía”, en todos los ámbitos de la Iglesia, y en la sociedad misma!. La tentación perenne de la autoreferente fama, el “subir” a costa de los demás, el no tener escrúpulo a la hora de mentir para conseguir un provecho, son otras tantas aborrecibles formas de “acumular riquezas en este mundo” y se hacen merecedoras también de la bíblica advertencia al rico automplaciente y seguro de sus propias riquezas, a quien Dios dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). Abrir el alma, sincerarnos, ocuparnos en nuestras posibilidades de atender a las necesidades de todos, “abrir el juego” en un justo sentido, serán formas consecuenciales de mostrar al mundo que nuestro  proclamado amor a Dios se trasunta en  amor al prójimo (cf. Mc 12, 31) y así se manifiesta auténtico.
Por supuesto, para la consecución de todo esto en nada valdrá lo que podríamos llamar un “semi-pelagianismo heroico”, sino la apertura valiente a la Gracia (hasta que duela, esa reforma) y la colaboración de nuestra libertad. En el inicio de esta Cuaresma el Señor nos clama, nos interpela, como al “ciego” que le rogaba curación: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), le afirma con alegría el ciego de nacimiento. Creemos, Señor, que nuestra naturaleza no está destruida por el pecado sino herida, que Tú puedes sanarnos, que  Tú puedes consumar en nosotros la obra que el Padre te encomendó realizar sobre la tierra (cf. Jn 17, 4).
Y ponemos este clamor en manos de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de la Divina Gracia, Intercesora, Abogada, Esposa del Espíritu Santo.



+Oscar Sarlinga
Miércoles de Ceniza, 22 de febrero de 2012


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notas:

(1) Cf CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 4.
(2) Cf BENEDICTO XVI, Enc. Deus caritas est, n. 12.
(3) PAULO VI, Homilía del Santo Padre en el Sacro Rito de las Cenizas en la Basílica Vaticana, Miércoles 16 de febrero de 1972.
(4) Cf JUAN PABLO II, Carta ap. Novo milenio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31, citado en BENEDICTO XVI, Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2012, “Fijémonos los unos en los otros  para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10, 24) Vaticano, 3 de noviembre de 2011.
(5) BENEDICTO XVI, Mensaje del Santo Padre para la cuaresma 2010, Ciudad del Vaticano, 30 de octubre de 2009, “La justicia de Dios se ha manifestado  por la fe en Jesucristo” (cf. Rm 3,21-22)
(6) Si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, XIX, 21).
(7) PAULO VI, Homilía del Santo Padre en el Sacro Rito de las Cenizas en la Basílica Vaticana, Miércoles 16 de febrero de 1972.
(8) BENEDICTO XVI, Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2012, «Fijémonos los unos en los otros  para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24) Vaticano, 3 de noviembre de 2011
(9) Ibid.

viernes, 17 de febrero de 2012

Invitación de Mons. Sarlinga a ser contemplativos para evangelizar y colaborar con la promoción humana, según la orden que Jesús dio a Pedro (cf. Lc 5,4), anunciar el Evangelio a "todas las gentes" (Mt 28,19)

Dióc. Zárate-Campana
El Centro de Nuestra Señora de Lourdes, en Maquinista Savio celebra con centenares de fieles y la presencia del Obispo
 Dicho centro de promoción humana integral, constituido en asociación civil y cuyos fieles forman a la vez una asociación privada de fieles (la cual, como grupo de fieles aunados, cumplió 10 años, y que fuera “reconocida” canónicamente por Mons. Sarlinga en 2007) realiza una importante labor entre las familias del populoso barrio, con la dirección de la virgen consagrada LaurentinaBussano, ayudada por laicos y laicas de la región, que adhieren a esa obra de catequesis y de caridad social, entre los cuales el comedor para niños pobres y la asistencia de apoyo escolar para los mismos. También existe allí un “centro católico de piedad ecuménica” de oración por la unidad de la Iglesia, valiéndose de la intercesión de Santa Brígida, cuyo monolito marca el comienzo del barrio, al ingreso de la ruta que atraviesa MaquistaSavio.
Como lo ha hecho todos los años desde su presencia en diócesis, Mons. Sarlinga acudió nuevamente el 11 de febrero por la tarde, participó de toda la procesión y celebró la Santa Misa. Lo acompañaron Mons. Edgardo Galuppo, vicario general, el P. Nestor Villa, el P. Agustín Arévalo, el P. José de Estrada y los diáconos Carlos Bertone, Carlos Heredia y Oscar Cabrera. La asociación Scout católica estuvo presente en la organización de todo el evento.
La procesión siguió las principales calles del barrio, la mayoría sin asfalto, en medio de una realidad de pobreza a la que los vecinos tratan de paliar con esfuerzo y solidaridad. El Obispo, los sacerdotes y los diáconos iban detrás de la cruz procesional y el carrito que portaba la imagen de la Virgen en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes, seguidos por centenares de fieles. La misa tuvo lugar a las 18.30 en el “campito” aledaño al centro catequético y promocional. Al término de la celebración se tuvo con las familias (de entre las cuales numerosos son los niños) en un ágape fraterno.
Homilía de Mons. Sarlinga
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos realizado la procesión por las calles más intrincadas de este barrio, una barriada del interior de esta populosa localidad llamada Maquinista Savio, ella misma una gran población en torno a la ruta o carretera, con sus progresos, sí, y también con sus grandes, inmensas, necesidades sociales (y no menos necesidades espirituales). El nombre de “Pilar” puede evocar en la Argentina realidades muy diversas; ésta de aquí, que vemos en todo su verismo, no debemos soslayarla y menos olvidarla.
I. Peregrinación en la fe y “nueva imaginación de la caridad”
En esta procesión en la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, que ha sido peregrinación en la unión de los corazones, podemos decir, junto a los pobres más pobres, queremos también hacer nuestro el mandato amoroso del Señor, entre estos hermanos nuestros y con ellos: “Ven y sígueme” (cf. Mt 8, 22; 19,21; Mc 2,14; Lc 18, 22; Jn 21,22). Más que movidos por concepciones sociológicas (por válidas que puedan ser en su campo) queremos realizar este camino “en y desde la fe”, esa fe que halla su base en la profesión de fe de Pedro y que hoy se renueva en nuestros corazones de creyentes: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Esa fe que se hace “vida” en los cristianos, y que actúa como levadura para una transformación profunda.
Vinimos a “caminar juntos” procesionalmente, esto es, con el soporte de nuestro ejercicio físico y corporal, hemos hecho en el camino una “conversación con Dios” como dice San Gregorio de Nisa que es la oración[1] . Y oración con nuestro Dios-Padre y Amigo, pues ella misma es :”(…)  una conversación familiar (homilía) con Dios”[2]. Si viéramos la vida humana como una pirámide de preminencias, descubriríamos que la fuente y a la vez la cima es orar a Cristo, por Él y en Él, esto es, jerarquizar la pirámide de la vida humana con Aquél que es “Camino Verdad y Vida” (Jn 14,6),  con la ayuda de la Gracia, poniendo de nosotros ese esfuerzo requerido par comunicarnos con Dios, como una vez dijo el Papa Pablo VI, ese “esfuerzo afectuoso para con Dios” con lo cual caracterizó la oración, y la contemplación: “(…) ese esfuerzo de fijar en Él [Dios] la mirada y el corazón, que decimos contemplación, se convierte en el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que todavía hoy puede y debe jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana” [3].  Los invito hoy, hermanos y hermanas, a sentirnos llamados a “ir mar adentro” – duc in altum – en el ser contemplativos para evangelizar y colaborar con la promoción humana, según la orden que Jesús dio a Pedro (cf. Lc 5,4), anunciar el Evangelio a “todas las gentes” (Mt 28,19), y lanzándonos hacia lo que está por delante, como corriendo hacia una meta (Cf Flp 13,14), en esta tierra, haciendo sonar la hora de una promoviente “nueva imaginación de la caridad”[4], sabiendo que estamos llamados a la eternidad.
II. En el espíritu de la Bienaventurada Virgen María, ser pobre, “anaw”, en el espíritu, para creer y servir, en especial a los abandonados.
 “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48), lo ha dicho la Santísima Virgen en la expresión del profetismo del pueblo de Israel en su pureza. Hoy también, en esta celebración, queremos cumplir con su palabra de santidad, llamándola: Bienaventurada, feliz, María, honrada hoy como Nuestra Señora de Lourdes”, pues nos convoca aquí, entre centenares de hermanos y hermanas; bienaventurada porque ha creído y su intercesión nos ayuda a creer, a afianzarnos en la fe y en el amor, a deponer orgullos y egoísmos, para ser “sencillos y humildes”  (“anawin” como en el Salmo 131, 1) y a querer “servir” y no “ser servidos”. En el cántico que acabamos de escuchar se expresa toda la alegría del corazón humilde de la Virgen, que se estremece de gozo ante la grandeza de Dios: “Celebra, todo mi ser, la grandeza del Señor, y mi espí­ritu se alegra en el Dios que me salva” (Lc 1, 46). No podemos dejar de ver aquí el estremecimiento creyente de los “temerosos de Yaweh”, presente en los Salmos del Antiguo Testamento. Y esto, porque el Señor “ha mirado la pobreza de su sierva” (Lc 1 47).
La pobreza sociológica, estructural, no es un bien (al contrario); y se necesita de todos nosotros un mayor espíritu de compartir, y de ponernos a disposición para una transformación en el sentido de la Doctrina social de la Iglesia. Las condiciones de vida subhumanas constituyen otros tantos desafíos para nosotros, en una renovada promoción humana integral. La virtuosa “pobreza” en un sentido de vaciamiento interior y de disposición a la gracia del Espíritu nos moverá a una también mayor entrega generosa a esta causa, que exigirá de nosotros mayores sacrificios. Hemos visto con alegría en la procesión, fe, solicitudes, oración de petición, de acción de gracias, el caminar juntos, hacia este centro “Nuestra Señora de Lourdes”, que lo es de catequesis, de apoyo alimentario a niños más pobres, de apoyo escolar para esos niños, de recibimiento de tantos excluidos, de acogida, de caridad social, en fin. Hacen falta más “obreros” también para esta mies.
Les pido que no olvidemos a quienes se sienten abandonados, porque una de las más profundas heridas, de los más hondos sufrimientos es el abandono, en el orden que fuera. Hacen eco en cada hermano abandonado las palabras de Jesús desde la Cruz, con sálmica rememoración: Elì, lemà sabactàni?” – “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Fue una prueba enorme para Jesucristo, en su humanidad. Sin embargo, no hubo en Él desesperanza alguna,  antes bien, como dice el Papa Benedicto XVI: “Jesús en ese momento hace suyo el entero Salmo 22, el Salmo del pueblo de Israel que sufre, y en de este modo toma sobre sí no sólo la pena de su pueblo, sino también la de todos los hombres que sufren por la opresión del mal, y, al mismo tiempo, lleva todo esto al corazón de Dios mismo, en la certeza de que su grito será escuchado en la Resurrección” [5].  Lo pongo hoy en el corazón de ustedes (y me incluyo) para que hagamos de ese “clamor de esperanza del santo abandono” de Jesús en la Cruz, un incentivo de vida; no nos desanimemos, incluso aunque suframos por querer hacer el bien, incluso aunque nos hagan sufrir por ello. El Señor ha resucitado y, aun misteriosamente, en nuestro interior nos hace “ver su Rostro” (Cf Jn 12, 21), si es que lo imitamos en ser “mansos y humildes de corazón” (Cf Mt 11,29). Requiere, esto sí, de una ascesis de nuestra parte, la dimensión ascética es importante si uno se prepara para caminar “hacia dentro” en esta misión.
III. Vivir como miembros de la Iglesia en tanto creaturas nuevas, orantes y compasivas
Al atravesar las calles de este barrio, nuestro corazón palpitaba junto con el corazón de cada peregrinante, pero también de esas gentes que permanecían en sus casas, o en sus patios, en medio del calor agobiante que ha caracterizado a estos meses de verano. Muchos de ellos miraban con atención, el clero, la procesión, la imagen de la Virgen, o por lo menos percibían los cantos; otros manifestaban, quizá, apatía o indiferencia, y algunos casos aislados, a nuestro paso, pusieron mucho más fuerte su música o redoblaron una “batucada”. Es lo que nos toca vivir; nunca juzguemos con juicios lapidarios; amemos, partamos de la verdad y del amor. Hemos orado por todos, y así nos hemos sentido más Iglesia, pues ella es escuela de oración, como también la llamó una vez Pablo VI: “La Iglesia es la sociedad de los hombres que oran. Su finalidad primaria es la de enseñar a orar. Ella es una escuela de oración”[6]. El que ora de verdad muestra el Rostro límpido de Jesús incluso a quienes no han escuchado todavía el mensaje de salvación.
En este día de Nuestra Señora de Lourdes, y en la Jornada mundial del enfermo, pedimos liberación de la enfermedad espiritual, psíquica, física también, en la medida en que se haga en nosotros la voluntad de Dios. Incluyamos en nuestra súplica la liberación de lacerantes ansiedades, de pesadas cadenas del pasado y del presente, de pesos gravosos en el alma, de todo aquello que aunque quisiéramos no podríamos cambiar, porque ya ocurrió, y hemos de aceptar las leyes de la historia. Todo ello presupone, cual fuente, la liberación del pecado y todas sus consecuencias. El mismo Jesús espera que se lo pidamos, espera que se desencadene en nosotros lo que es más noble y elevado en el corazón humano, para ser sobreelevado por su gracia. Lo espera para nuestra familia, nuestras comunidades, porque si participamos de esta celebración y luego proseguimos con un egoísmo que lleva a hacernos daño unos a otros, entonces ello significa que no ha hecho efecto en nosotros (por no haber abierto el corazón) la gracia infinita de la Eucaristía, significaría, aún más, que no hubiéramos incorporado casi nada o nada del cristianismo, por más que con los labios lo digamos, lo clamemos y lo practiquemos exteriormente. Es signo de madurez espiritual el pasar distintas etapas en la toma de conciencia de todo lo anterior, desde cumplir con el deber, luego compartir, luego aceptar que por más que nos esforcemos los resultados no son conformes a esos esfuerzos ni al sacrificio puesto, eso también es ser “anaw”, y dejarle la soberanía a Dios, con la confianza puesta en Él, el Señor de la historia.
Redescubramos, por fin, el sentido de la compasión, en el prójimo sufriente. Jesús, que está presente en nuestro prójimo sufriente, quiere estar presente en cada acto de caridad y de servicio nuestros, al punto que Él mismo nos dice que no quedará sin recompensa ni siquiera “un vaso de agua” que hayamos dado “en su amor” (Cf Mc 9,41). Redescubramos hoy también el rostro de Cristo en los enfermos: “Estuve enfermo – dice Jesús de sí mismo- y ustedes me visitaron” (Cf Mt 25,36). En nuestras circunstancias concretas, según la lógica de la economía de la salvación, Dios mismo, presente en cada uno de nuestros hermanos sufrientes, espera que “vengamos a visitarlo”.
Redescubramos que el Señor “puede” sanarnos, si quiere y es para nuestro bien, y digámosle: “Sáname, Señor, hazme una creatura nueva”, a la manera como cuando se nos narra en el Evangelio que Jesús encuentra a un hombre gravemente enfermo, un leproso, que le pide: “Si quieres, puedes curarme” (Mc 1,41).  Y bien sabemos que “Jesús andaba (…) predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad” (Cf Mt 9,35). ¿Nos animaremos a pedir como gracia, hoy, el contar con el espíritu del leproso, par tomar conciencia de la “miseria” nuestra, para entender lo que es “misericordia”?.
Aceptemos que Jesús nos diga: “lo quiero, queda curado, queda purificado” y pongámonos a su servicio, en la Iglesia, dándonos ejemplo los unos a los otros, a manera de San Pablo, quien nunca ocultó la Cruz que llegó, y al mismo tiempo no temió afirmar a los corintios: “Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11,1). Porque la llamada a ser imitador de Cristo lo es a convertirse en creatura nueva, a llegar a ser “como Cristo” para encontrar en esta semejanza a través de la gracia una entera renovación a través de la caridad. No temamos, es el Señor quien nos ha dicho: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Expectativas meramente humanas sirven de poco. Es la esperanza “que no defrauda” (Rm 5,5) la que nos impulsa a caminar, tanto más que vamos acompañados siempre de la mano de María, “Estrella de la nueva evangelización”[7].
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notas
[1] Gregorio de NISA, Orat., I: De oratione Domini, PG 44, 1124.
[2] Clemente Alejandrino, Stromata, 7, 7, PG 9, 495.
[3] Paulo VI, en Insegnamenti, vol. III, 1965, pp.727.
[4] Cf JUAN PABLO II, Carta apostólica “Novo Millenio ineunte”, n. 50.
[5] BENEDICTO XVI, Audiencia general del 8 de febrero de 2012, en el Aula Pablo VI, Ciudad del Vaticano.
[6] Paulo VI, en Insegnamenti, vol. IV, 1966, pp.816-817.
[7] Cf JUAN PABLO II, Carta apostólica “Novo Millenio ineunte”, n. 57.

domingo, 12 de febrero de 2012

El Obispo Mons. Oscar Sarlinga alentó al centro de promoción humana integral "Nuestra Señora de Lourdes" de Maquinista Savio a proseguir su labor catequética y caritativo-social

11 de febrero

El “Centro de Nuestra Señora de Lourdes”, en Maquinista Savio celebra con centenares de fieles y la presencia del Obispo.
 
 
Centenares de fieles se congregaron en el barrio “Santa Brígida” de Maquinista Savio, dándose cita, como todos los años, el 11 de febrero por la tarde, en torno al centro “Nuestra Señora de Lourdes” de catequesis y caridad social. Al mismo tiempo que en emblemático aniversario del Seminario catequístico “María Inmaculada”, el centro “Nuestra Señora de Lourdes” ubicado en el barrio “Santa Brígida” de Maquinista Savio (en jurisdicción de Pilar, en el límite con Escobar, en una zona de pobreza estructural) celebró a su patrona, la Santísima Virgen, en dicha advocación, y lo ha hecho con la procesión, misa y ágape fraterno, con una gran participación popular. Dicho centro de promoción humana integral, constituido en asociación civil y cuyos fieles forman a la vez una asociación privada de fieles (la cual, como grupo de fieles aunados, cumplió 10 años, y que fuera “reconocida” canónicamente por Mons. Sarlinga en 2007) realiza una importante labor entre las familias del populoso barrio, con la dirección de la virgen consagrada Laurentina Bussano, ayudada por laicos y laicas de la región, que adhieren a esa obra de catequesis y de caridad social, entre los cuales el comedor para niños pobres y la asistencia de apoyo escolar para los mismos. También existe allí un “centro católico de piedad ecuménica” de oración por la unidad de la Iglesia, valiéndose de la intercesión de Santa Brígida, cuyo monolito marca el comienzo del barrio, al ingreso de la ruta que atraviesa Maquista Savio.
Como lo ha hecho todos los años desde su presencia en diócesis, Mons. Sarlinga acudió nuevamente el 11 de febrero por la tarde, participó de toda la procesión y celebró la Santa Misa. Lo acompañaron Mons. Edgardo Galuppo, vicario general, el P. Nestor Villa, el P. Agustín Arévalo, el P. José de Estrada y los diáconos Carlos Bertone, Carlos Heredia y Oscar Cabrera. La asociación Scout católica estuvo presente en la organización de todo el evento.
La procesión siguió las principales calles del barrio, la mayoría sin asfalto, en medio de una realidad de pobreza a la que los vecinos tratan de paliar con esfuerzo y solidaridad. El Obispo, los sacerdotes y los diáconos iban detrás de la cruz procesional y el carrito que portaba la imagen de la Virgen en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes, seguidos por centenares de fieles. La misa tuvo lugar a las 18.30 en el “campito” aledaño al centro catequético y promocional.   Al término de la celebración se tuvo con las familias (de entre las cuales numerosos son los niños) en un ágape fraterno. 
En una próxima entrega ofreceremos el texto completo de la homilía de nuestro Obispo

viernes, 3 de febrero de 2012

El Espíritu de Unidad nos hace ver el Rostro de Cristo en la Iglesia y en cada uno de nuestros hermanos.

Prospección pastoral para el año 2012.
En la diócesis de Zárate-Campana, nuestro Plan ha querido poner de manifiesto cuánto necesitamos, como Iglesia particular, en unión con la Iglesia Universal, el vivir la «comunión» con ese "signo visible del encuentro con Dios" que es la Iglesia de Jesucristo. La comunión se expresa en el Amor divino por nosotros, y en nuestra unión con él, y en especial mediante la participación en los signos de Cristo, viviente y operante en la Iglesia, que son los sacramentos, y esto de tal modo hasta conseguir en su celebración una verdadera plenitud, dando a la evangelización toda su integridad culminante en la Eucaristía, en el culto y en la vida cristiana, en la gran vocación cristiana a la santidad y en las vocaciones específicas. Entre ellas, las vocaciones sacerdotales encontraron su lugar en el corazón de la naciente (1976) diócesis de Zárate-Campana, por solicitud de su primer Obispo, Mons. Alfredo Esposito Castro. Diversas vicisitudes hicieron que dicha experiencia tuviera un paréntesis entre 2001 y 2009.
Luego de la etapa formativa en Gualeguaychú (a cuyo Seminario también expresamos nuestro reconocimiento) de los seminaristas que allí fueron enviados por el segundo Obispo diocesano en 2001, a inicios del año 2009 Dios nos dio la gracia de re-abrir nuestro Seminario diocesano "San Pedro y San Pablo", debido al aumento de las vocaciones sacerdotales y también por continuar con lo que en tiempos de Mons. Alfredo Esposito (fundador del Seminario como casa de formación sacerdotal) era el lugar de estudios: el Seminario ubicado en Campana estaba destinado a la formación sacerdotal, los seminaristas viajaban diariamente a Buenos Aires, a la Facultad de Teología sita en Villa Devoto.
Congreso catequístico diocesano en Pilar 2011
Una vez reabierto el Seminario diocesano, como dijimos, en 2009, las circunstancias de tránsito y urbanización imposibilitaron que se pensara en viajar diariamente (y con horarios distintos). Por eso es la ocasión de agradecer al Card. Jorge Mario Bergoglio, quien, en conversación al respecto con nuestro Obispo Oscar sugirió que los seminaristas de Zárate-Campana pudieran habitar el ala del edificio que por entonces dejaban los seminaristas de la diócesis de San Nicolás, en el edificio “Cardenal Copello”, en Parque Chas, y así lo permitió. Allí funcionó hasta ahora nuestro Seminario, el cual, debido a la hasta ahora creciente respuesta vocacional, ya no es posible mantener en esa "ala" del edificio, y es por ello que desde meses atrás se ha emprendido la restauración del antiguo edificio del Seminario fundado por Mons. Esposito, ya no sólo con la formación sacerdotal, sino también con el área académica, con toda la "ratio studiorum" de la Iglesia, validada simultáneamente a través de profesorados temáticos filosófico-teológicos. Parta el agradecimiento desde nuestro corazón a todos aquéllos que han puesto de su amor y sacrificio para esta gesta.
Presencia religiosa Las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa, en Zárate
El 9 de mayo de 2009, como todos recordamos, hemos consagrado la diócesis al Sagrado Corazón de Jesús: acontecimiento marcante, pues significó para nosotros el re-inicio de los gestos de misión, la actitud de misionariedad y la dimensión misionera de la pastoral, desde la perspectiva de la "Misión continental". Ya desde 2006 asumimos la misión y la comunión como los ejes fundamentales de nuestra pastoral. De todo ello, como lo dice nuestro Plan Pastoral, la Eucaristía es la plenitud. El mismo Señor dijo: "Yo soy el pan de la Vida" (Jn 6, 35). Y Eucaristía dice relación estrecha con caridad, vida cristiana efectivamente vivida, en lo personal y como Iglesia. Nuestro Papa Benedicto XVI, en «Sacramentum caritatis», hizo esa relación fundamental: "Deseo relacionar la presente exhortación con mi primera carta encíclica Deus caritas est". Por esto, la «Sacramentum caritatis», iluminadora para nosotros y nuestro Plan pastoral, posee una huella unificadora de la visión de Benedicto XVI, una visión en la cual "la celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial".
Todo esto, por lo cual tenemos que dar gracias, es obra del Espíritu en todos nosotros, Espíritu de Unidad, que nos hace ver el Rostro de Cristo en la Iglesia y en cada uno de nuestros hermanos. "Comunión" implica cual lógica consecuencia la necesidad de deponer toda división y alejamiento de los unos con los otros. Es por ello que, como Iglesia particular de Zárate-Campana, partimos de la contemplación del Rostro de Jesús. Como nos lo expresara el Beato Papa Juan Pablo II, como legado para el Tercer Milenio: en "Novo Millenio ineunte": "(…) la santidad es la perspectiva en la que debe situarse todo camino pastoral (…) la santidad de nuestras comunidades… es lo que ha de sostener, recrear y potenciar las actividades propias de la pastoral ordinaria".
Es en el seno de la comunidad eclesial (y en la Iglesia particular se dan todas las notas de la Iglesia universal), donde el ser humano recorre su camino de conversión, de liberación del pecado y de crecimiento en la fe, hasta el encuentro con Jesucristo. El fortalecer en las parroquias y en las familias, en las asociaciones de fieles y movimientos laicales, la formación de los bautizados como discípulos misioneros de Jesucristo será fundamental para el cumplimiento de las líneas programáticas fundamentales,. Para esto contamos con la buena voluntad de todos los fieles, con algunas orientaciones programáticas, siempre en el sentido de alimentar la conciencia de la pertenencia eclesial y fortalecer el carácter misionero de nuestra vida apostólica, el cual nos ayudará a consolidar la organización pastoral de la diócesis y de las parroquias –precisamente en clave misionera- para impulsar la misión continental a la que nos llamó el Documento de Aparecida, y continuar trabajando la pastoral familiar para suscitar ciudadanos dispuestos a vivir su compromiso en la Iglesia y el mundo. Nuevas paroquias con sus instalaciones pastorales, pero sobre todo con toda una formación previa como "comunidad de comunidades", nuevas capillas con su infrastructura, gestos de misión, en especial juveniles, un fortalecimiento de la caridad institucionalizada, nos han ayudado a renovarnos y fortalecernos como Iglesia y su Misterio.
Como es obvio, todo esto sólo es posible con la colaboración de todo el presbiterio, la ayuda de los diáconos, la riqueza de las comunidades consagradas con sus carismas, y la participación activa de todos los fieles laicos. De tal suerte, la Buena Noticia podrá incidir en la sociedad y en la cultura de este tiempo y de cada grupo humano. En el contexto de la Iglesia en la Argentina, el propósito del Plan coincide con Navega mar adentro, en cuanto actualización de las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, el cual habrá de orientar una nueva etapa en la evangelización de la Argentina mediante una acción pastoral más orgánica, renovada y eficaz, procurando que todo miembro del Pueblo de Dios, toda comunidad cristiana, todo decanato, toda parroquia, asociación o movimiento, se inserten activamente en la pastoral orgánica de la diócesis.
Invitamos a los lectores a revisar el Plan Pastoral en la perspectiva que específicamente asume, es decir, dentro de la «Caridad Pastoral» de la Iglesia, y de cómo nos hacemos eco de todo lo que en nuestra diócesis ha venido realizándose, con sus alzas y sus bajas, pero siempre con el auxilio del Espíritu Santo, en el apartado llamado:
"El camino pastoral recorrido nos orienta y nos allana el camino por recorrer”